Bienvenidos al blog del Curso de Productividad y Desarrollo del Colegio Monte Carmelo

Este Blog se ha creado con la finalidad de servir como apoyo didáctico al desarrollo del curso de Artes Industriales del Colegio Monte Carmelo de Guatemala, esperamos que sea de su utilidad

lunes, 7 de febrero de 2011

EL DRAMA DE LAS TAREAS.

El drama de las tareas
“El mundo actual es muy competitivo”, decimos, y con esa base creemos que más trabajo en el colegio es lo mejor. Pero, ¿qué piensan los especialistas sobre este tema?


POR MARÍA JOSÉ PRADO
ARTE: DÉNNYS MEJÍA

tOMADO DE rEVISTA d. pRENSA LIBRE

“¿Hace cuánto te dejaron esto?”, pregunta la madre de Luis, molesta y preocupada, porque ya son las 10 de la noche y el muchacho, de 13 años, no ha terminado las tareas. Al día siguiente tiene que levantarse a las 4.45 para tomar el bus, y eso le inquieta. Luis le asegura que no fue hace mucho.
Se queja entonces de los maestros y del colegio. Está cansado. El disgusto pasa luego al hecho de que no tiene tiempo para nada, porque siempre madruga —¡que es lo peor!—, y encima tiene que seguir haciendo tareas el fin de semana, porque las tardes de lunes a viernes no son suficientes. “Bueno, tal vez deberías salirte del equipo de futbol”, dice la madre. “Llegarías más temprano a casa y tendrías más tiempo para trabajar. Tienes que ver tus prioridades”.
Luis se enoja, alega que eso no es justo; tiene un pleito con su mamá y al final recibe un sermón, por su mala actitud: “Cuando llegues a la U y cuando estés trabajando no podrás seguir el ritmo. El mundo allá fuera es duro. ¡Tienes que aprender a no quejarte tanto!”.
Parece un drama cotidiano, ¿no? Es la rutina en muchos hogares con hijos en nivel escolar. Pero, ¿y si Luis tiene razón? ¿Qué si las exigencias académicas, basadas en un entorno competitivo, no tienen un fundamento real? ¿Cuál es límite entre una exigencia sana y una irracional?

“Todo es por tu bien”

Organización, disciplina y rigurosidad. La premisa es que cualquier carga académica se resuelve con eso y que, aprendiendo a navegar entre esas presiones cotidianas, el estudiante se forma en virtudes. Eso es verdad, pero solo a medias.
Por supuesto que a ser responsable solo se aprende al momento de hacer los deberes, incluso contra los deseos del momento, pero la situación actual es que para los jóvenes de hoy el colegio, en sí mismo, es una carga. Su atractivo principal es su función como centro social. Aprender es aburrido... ¡Y no solo eso! ¡Es tortuoso!
Y con razón. Mientras el empleado promedio tiene una jornada laboral de ocho horas, que empieza y termina en la oficina, no es raro que le despierte el repiqueteo del bus escolar, que a las 5.30 horas ya está recogiendo a los hijos del vecino.
Los niños entran a las 7 a m. Pasan alrededor de nueve horas en el colegio y el transporte; a veces comiendo mal y aguantando lecciones que no siempre están bien preparadas. Salen entre las 2 y las 3 de la tarde; a veces hasta las 4, porque tienen actividades extracurriculares. En esos casos llegan a casa cerca de las 5 pm, pero sus jornadas no han acabado. Tienen que hacer unas dos horas de tareas y los padres se molestan si los encuentran chateando, “porque se tardan más”.

El pedagogo británico Ken Robinson, en la conferencia “Cambiando los paradigmas de la educación”, impartida en el selecto escenario de TED Themes —una organización no lucrativa internacional, dedicada a las “ideas que vale la pena difundir”—, tiene una visión bastante particular sobre ese asunto: “Nuestros niños están viviendo en uno de los períodos más estimulantes de la historia de la Humanidad. Tienen computadoras, iPhones, un inmenso acaparamiento publicitario y cientos de programas de televisión. ¿Y qué pasa? Se están distrayendo. ¿De qué? De “cosas aburridas” en el colegio”.
Esta percepción es así por el simple hecho de que el estudio está acaparando —con muchas actividades, absurdas en varias ocasiones— todo el tiempo recreativo de los jóvenes. Por lo general se les dice que pueden hacer lo que quieran: “Hasta que acabes las tareas”, ¡pero eso es, muchas veces, después de la cena! Para cualquier chico en edad escolar el tiempo de juego, libre, no debería ser la última hora del día —cuando está exhausto y lo único que se le ocurre hacer es ver televisión—; el juego, el tiempo libre, es más que fundamental para él. Es lo más importante. Es, de hecho, su responsabilidad principal.

En eso están de acuerdo Carlos Aldana y Serge Ouddane, pedagogos de la Universidad de San Carlos de Guatemala (Usac) y la del Istmo (Unis), respectivamente. “El juego es la actividad más importante y constructiva en la vida del niño, porque es entonces cuando aprende a desarrollar estrategias, reglas, negociación con los demás”, explica Ouddane, director de Investigación Educativa en la Unis, y Aldana expone que es en el tiempo libre donde está la vida más plena de un niño.
“¿Qué estamos haciendo con los niños?”, plantea Aldana, director general de Docencia en la Usac, al hablar sobre el exceso de tareas. “Les estamos diciendo que lo no-divertido es lo más importante. El niño deja de vivir el encuentro con su familia, con sus amigos; deja de hacer deporte, de encontrarse con la naturaleza, de desarrollar sus inquietudes... todo lo que le da alegría, por cumplir cargas que muchas veces no educan, que solo sirven para cumplir el control evaluativo del profesor”.
Según este pedagogo, “ninguna tarea” es algo tan malo como un “exceso de tareas”, porque las tareas sirven para formar hábitos. Pero si se carga al estudiante con lo que Ouddane llama “tareas idiotas” —como copiar textos o resolver cúmulos de ejercicios que debieron haberse resuelto en clase—, lo único que se logra es que el alumno pierda el gozo de aprender.
“El niño también tiene derecho a no hacer nada”, amplía Ouddane. “Tenemos la idea de que las tareas sirven para estimularlos, pero si les vamos a dejar más, el estímulo tiene que ser mejor”, enfatiza.

Tiempo libre, no muerto

Pero bien, las tareas son vistas de modo muy positivo por padres y educadores, e incluso, por los estudiantes, porque se les asocia con un salvavidas para el tiempo muerto. Si pasa la tarde haciendo tareas está aprovechando su tiempo en una actividad constructiva que le permitirá adaptarse a las exigencias del siglo XXI, es al menos la premisa.
Tenemos la impresión, entonces, de que a más horas dedicadas al estudio mejor es la educación. Ouddane explica que, por ley, el año escolar en Japón, por ejemplo, es de mil 800 horas dedicadas al estudio —el horario más largo del mundo—. El de Guatemala tiene “900 horas” —pero alrededor de mil 260, si le sumamos dos horas de deberes por las tardes—; y el de Finlandia es de 810 horas. Aún así, este último país es el que tiene mejor sistema educativo en el mundo. Japón se encuentra en sexto puesto, y Guatemala, en penúltimo a escala continental, solo arriba de Haití según el Índice de Desarrollo Humano (IDH) calculado por el PNUD. No hay, pues, ninguna relación directa entre el número de horas invertidas en clase y la calidad educativa.



Pero ese esfuerzo nos parece mejor que el tiempo libre, porque seguimos percibiéndolo como improductivo. “En lugares más desarrollados el tiempo libre es un concepto fundamental, tan importante como el tiempo escolar, y un gran problema en nuestro país es que no sabemos qué hacer con él”, explica Aldana.
“Incide más en la personalidad de un niño cómo vive su tiempo libre que cómo vive su tiempo escolar”, amplía, “porque el primero es el tiempo de la formación de la personalidad; ahí es cuando tiene conflictos, se relaciona con los demás, toma decisiones y aprende cosas que le interesan… Ahora, mi pregunta es: ¿a qué le damos más importancia?”.
Este desbalance se vuelve inconveniente entonces, pero para Ouddane es mucho más que eso. “Cuando a los niños les imponemos un ritmo de trabajo de adultos, somos gravemente injustos, porque les robamos el tiempo de juego y de aficiones, que es el que les permite ser creativos”, expone. Y la creatividad es una cualidad realmente valiosa en el mundo laboral del siglo XXI, por cierto.
Ahora bien, seguramente muchos padres se preguntarán cómo se puede llenar ese tiempo libre sin que se convierta en tiempo muerto. Aldana asegura que todo puede ser útil —incluso la televisión y los videojuegos— cuando se le ponen al niño condiciones y límites.
“Un niño es muy inteligente y desarrolla mucho su inteligencia cuando tiene variedad de posibilidades”, explica el experto. “Esto no quiere decir que se necesite mucho dinero para que se entretenga. Es de facilitarle pequeñas cosas, puestas en lugares especiales, y que vayan variando poco a poco.”

El factor rutina

La carga académica tiene también otra faceta indirecta. Las rutinas ajetreadas de cada día y las presiones académicas bajo la consigna de la excelencia están causando problemas nutricionales y psicológicos a los estudiantes.
“Hay una relación directa entre el rendimiento y la alimentación adecuada”, dice Maritza Méndez, oficial de Nutrición del Programa Mundial de Alimentos. “A los niños con desnutrición crónica definitivamente les resultará mucho más difícil la escuela, teniendo hasta un diferencial de escolaridad de dos años en relación con los no desnutridos, y afectando dramáticamente el coeficiente intelectual, de modo que hay más repitencia y están en desventaja.”
Méndez considera que todo es un proceso que empieza desde la lactancia materna, que es ideal para el desarrollo del cerebro, base de las capacidades para concentrarse y aprender. “La nutrición es muy importante para la concentración, y hay también una relación directa entre la capacidad de atención durante el día y el desayuno”, una comida que muchos niños se pierden entre las carreras matutinas.
“Los padres tienen que asegurarse de que sus hijos desayunen todos los días, y deben evitar también enviarles muchas frituras y gaseosas al colegio, porque lo único que se logra a largo plazo es que desarrollen enfermedades crónicas”, agrega.
La intensa rutina escolar tiene también otros efectos sobre la salud: han aumentado los casos de gastritis en los jóvenes y también de estrés infantil; en parte, por las presiones académicas de padres y profesores, en aras de la excelencia.
Exámenes y agendas escolares repletas son fuertes fuentes de ansiedad para los niños y pueden provocarles padecimientos físicos o cambios negativos de carácter. “Definitivamente ha habido un aumento en los casos de gastritis infantil e intestino irritable”, asegura el gastroenterólogo Arturo Carranza, quien agrega que cada vez es más frecuente ver estas situaciones en jóvenes de edad escolar, en gran medida debido a las tensiones y estrés que les provoca la carga académica.

Educación para el siglo XXI

La dura exigencia académica que caracteriza nuestro sistema educativo actualmente está enfocada en satisfacer las estrictas demandas de un mercado laboral globalizado, tan agitado por cambios tecnológicos, sociales y culturales. La preparación de la generación anterior no es suficiente ya para lo que depara el porvenir, y esa es una preocupación internacional.
“Cuando nosotros fuimos al colegio nos contaron la historia de que si trabajabas duro rendías bien y obtenías un grado universitario; conseguías un trabajo. Nuestros chicos no creen eso. Y hacen bien, por cierto. Es mejor tener un grado universitario, pero ya no es ninguna garantía”, explica el pedagogo británico Ken Robinson.
Este experto considera que la crisis educativa actual —jóvenes desmotivados respecto de la escuela y sistemas educativos que ya no cumplen las exigencias del panorama contemporáneo— se debe a razones del sistema educativo vigente, que fue diseñado y concebido para una época distinta: en la cultura de la Ilustración y en las circunstancias económicas de la Revolución Industrial.

La tesis de este pedagogo es que el paradigma educativo que hay que cambiar es la estandarización. “Tenemos un sistema educativo que está modelado en el interés de la industrialización y a la imagen de esta. Las escuelas están organizadas como líneas industriales: tienen timbres, departamentos, áreas de trabajo separadas, y encima educamos a los niños en tandas según edades. ¡Incluso les ponemos al final una fecha de manufactura!” (“Promoción del 89”, ¿suena familiar?)
Él afirma que es urgente ir en la dirección opuesta, si es que realmente estamos interesados en los modelos educativos. De lo contrario, los niños seguirán sin comprender la lógica del esfuerzo diario en el colegio, porque han captado la idea de que la educación es como un largo proceso burocrático, un trámite lento y molesto que es indispensable para, algún día, pedir empleo. Las cosas interesantes, al parecer, están ocurriendo afuera. Y eso no tiene ningún sentido.

Tanto Robinson como Ouddane y Aldana hablan entonces de una grave consecuencia del sistema educativo vigente: estamos anulando la creatividad de los niños. “Muchos colegios se ufanan de que tienen mucha exigencia en cuanto a excelencia, pero se les olvida que la excelencia no es solo capacidad de respuesta en tareas, sino también capacidad de pensamiento crítico y creativo del niño. Cuanta más tarea mecánica tenga un niño, menos pensamiento autónomo desarrolla”, expone Aldana.
De este modo estamos tan afanados en que los jóvenes sean exitosos en el futuro que los estamos haciendo infelices desde ahora, incluso alienándolos.

En efecto, estamos viviendo un momento revolucionario, pero nada va a solucionarse exigiendo a los jóvenes trabajar a ritmo de computadora. La revolución digital es completa y exige cambios hasta en el sistema pedagógico. De modo contrario se cae en una serie de esfuerzos estériles. Como dice Ouddane: “Los padres creen que su deber es hacer que el niño haga las tareas, y se impacientan. Pero al día siguiente, ¿ha servido de algo que se arruine la convivencia familiar a causa del niño que no quería hacer su deber y su mamá que peleaba porque lo hiciera? No, porque [en muchos casos] al profesor le vale un pepino si lo hizo bien”.

  • Evite presionarlo con las notas: no hay que hacer creer a los hijos que son buenos solo si obtienen buenas calificaciones.
  • No haga las tareas de sus hijos: si un deber parece desproporcionado para la edad del niño, o incluso absurdo, ayúdelo, pero no la haga por él, pues en ese caso se pierde totalmente el objetivo, que es el aprendizaje del estudiante.
  • No descuide su alimentación: se recomienda fomentar el consumo de agua pura, frutas, verduras y harinas integrales, no solo en la escuela, sino también en los tiempos de comida en casa. Mezclar los nuevos alimentos con otros viejos es una forma de irlo acostumbrando al cambio.
  • Procurarle un espacio de juegos. No se trata de invertir mucho dinero, sino de facilitarle al niño diferentes posibilidades de recreo: actividades manuales, musicales, psicomotoras, visuales, etc.